Y cuando esos muros aparecen, abandonar siempre es una opción. De hecho, la más fácil. Es a la que más rápido acudimos. Resistir o esperar a ver si el obstáculo se detiene (o por lo menos ver si lo podemos entender), no es lo usual y más cuando pensamos que ya no damos para más. Que ya no se puede seguir. Que ya no hay fuerzas y estamos agotados.
Es más fácil perder la paciencia, desesperarse y aceptar la derrota. Hundirnos. Dejar lo que queríamos lograr y simplemente perdernos en la tristeza, el fracaso, la depresión, la frustración. A veces, volver a empezar es difícil porque precisamente el tiempo está entre esas cosas que sentimos se han perdido. Y si también se va la salud (física o mental) el golpe es mayor.
Por eso, en órden de prioridad ante una derrota hay que revisar primero la salud física y mental y si se cree en una fuerza superior, la espiritual.
Aquellos que hablan de “simplemente desearlo” y de que con buena actitud las cosas se logran, están haciendo más daño que bien. Los deseos mágicos no son frecuentes y aunque es importante visualizar el éxito, para lograrlo hay que recorrer un trecho y pagar el precio. Trabajar. Caer. Volver a levantarse. Y si se cae de nuevo, volver a levantarse.
Entonces, si las cosas se ponen de gris a negro, sin soluciones aparentes, hay que recordarlo: Las cosas no ocurren por generación espontánea. Más bien toman su tiempo. No abandones, persevera. Nunca está de más buscar ayuda. Muchas veces alguien desde afuera nos puede ayudar a darnos cuenta que ese muro tan impenetrable realmente estaba hecho de sal.